A CALLE BOLIVAR PA’ FEA

Por: Edgar Ramírez Túa.  Sociólogo urbanista.-

 

A la memoria de Juan Perera

a los 6 años de su partida.

Entrañable amigo y con quien

discutí muchos de los

planteamientos de este artículo.

                Esta expresión – aunque peyorativa – se oye de manera reiterada en boca de los caroreños, y, es más, muchos prefieren bajar por la Carabobo evitando el tránsito a través de la que otrora fue la principal vía de la ciudad. Entonces debemos preguntarnos qué pasó y lo más importante, reflexionar en torno al aporte de soluciones con la finalidad de revertir tal situación.

                Sin pretensiones de profundizar en la historia, durante la década de los años 40 y 50, la naciente y consolidada ganadería torrense, trajo aparejada entre otros, un estímulo al comercio: Firmas controladas por grupos locales suplían de bienes tanto el agro como a la sociedad en general.

                Esta actividad se desarrolló en casas comerciales que reproducían la arquitectura local y la oferta se ajustó a los requerimientos de la austeridad impuesta por los patrones culturales y los niveles de ingresos.

                Sin embargo, la llegada de los “musiúes” en el periodo perezjimenista introdujo cambios en el comercio caroreño.  ¿Quién no recuerda las novedades de Almacenes Caracas y a los italianos de la Mariucha que nos enseñaron a comer barquillas? Además, que joven casamentera no soñó con el vestido de novia de que Misia María, sin olvidar los intentos de secuestro de un voluptuoso maniquíque provocaban repetir la historia de Serrat en De Cartón Piedra.

                El impacto observado en el comercio local, también es resultado de los visos de modernidad que le imprimen al país los millonarios ingresos petroleros derivados del conflicto bélico de Medio Oriente y los cambios que se producen en la política oficial, pero Carora fue poco mutable ante estos hechos que revolucionan el estilo de vida del venezolano.  Es por ello que la calle Bolívar constituía un mosaico comercial en la cual coexisten criollos y “musiúes” en el tejido urbano tradicional.    Pero la Bolívar no solamente se limitó a cumplir su rol comercial; su reloj no se detenía con el cierre de los establecimientos; la danza de las horas se extendía, puesto que esta se legitimó en una prolongación de la cotidianidad del caroreño.  De ellos fueron testigos sus cines y sus plazas, constituyéndose en puntos de encuentro en los cuales se socializaba y se discutían los más diversos tópicos. ¿Quién no recuerda a Gonzalo González en la plaza Torres, la pasarela de Sonia Meléndez y Enma Rosa Oropeza en el vermouth del Estelar y al sempiterno pavo Iván Ávila en la esquina del Bolívar?

Cabe destacar, que, de manera informal, eran ofrecidos a lo largo de ese recorrido o apostados en sus esquinas vendedores de granjerías criollas – conservas, coquitos y frutas de la temporada, en especial mamones –, lo cual contribuyó a generar ingresos a la población y a estimular y perpetuar  la gastronomía local.

                Pero el comercio no se adueñó en su totalidad de la Bolívar, flanqueadas por sus aceras se apostaban, entre otros, casas de familia, entidades bancarias, el Hospital San Antonio, el Hotel Comercio, confiriéndole una mezcla de sus usos que contribuía, aúnmás,  a mantener viva la calle, emulando con ello uno de los criterios más valederos que se asumen hoy en día en la planificación urbana como uno de los garantes para lograr un desarrollo equilibrado  y armónico en el espacio.

                Lo expuesto hasta ahora me permite licencia para tomar prestado del argot caroreño la expresión “Ah mundo la calle Bolívar”, puesto que iniciamos un nuevo recorrido por ella y por el perfil que asume le acuña el título a este artículo.

                Entre las causales esgrimidas como responsables de este hecho citamos la puesta en servicio de la nueva carretera Carora – Barquisimeto, lo cual no solamente contribuyó con acortar la distancia, sino a mermar la clientela del comercio local: a la competencia de precios, variedad de bienes ofertados y lo atractivo de los establecimientos, se le suman las funciones político – administrativas de una capital de estado.  En tal sentido, sin el penoso viaje a través de las curvas de San Pablo, la frecuencia de los viajes se incrementaba. Con ellos no estamos obviando el impacto de la competencia desleal del comercio ilegal y la presencia de una población que se cuenta entre las que posee los más bajos ingresos a nivel nacional.

                Como estrategia para atraer clientela, el comercio local estrena nuevas galas, vistiendo con ellas a la calle que sirve de asiento: las viejas casas son intervenidas y remozadas bajo otros cánones, se construyen nuevasfachadas,  se generaliza el uso del cristal, plástico y cerámica.  Se amplía el espectro de los colores, se barajan anglosajones y sofisticados nombres, se expanden sus límites incluso hasta las aceras y el tamaño de los avisos desafía en ocasiones a la Ley de la Gravedad.  Sin olvidar, que como impulsadores de venta apelan a la animación musical a los más altos decibeles.

                 A la oferta formal se ha sumado la presencia de los buhoneros, quienes apostados mayormente en el trayecto comprendido entre la Avenida 14 de Febrero y la calle Monagas, han invadido uno de los espacios vitales del caroreño, sus aceras y plazas, sin dejar a un lado las imprudencias y pericias de muchos “bicicleteros”.

                También es evidente, que recientemente la “fiebre amarilla” y la “guerra de las colas” han venido ganando parcelas en el territorio de la Bolívar, contribuyendo aún más al progresivo y/o pérdida de bienes arquitectónicos y culturales significativos e imprescindibles para nuestra memoria pasada, presente y futura.

En consecuencia, la tradicional mezcla de usos que le imprimía magia y encanto se va desvaneciendo y muchos vecinos comienzan a emigrar.  El engranaje de su reloj comienza a desgastarse y al caer el telón de la tarde se abre un escenario donde la soledad es la principal protagonista y los escasos invitados son la santamaría y los vigilantes.

                Pese a todas estas acotaciones, para nadie es un secreto que la actividad comercial – formal e informal – constituye una fuente de ingresos para un alto porcentaje de la población, por tanto, a continuación, se presenta un conjunto de observaciones y recomendaciones conducentes a mejorar dicha actividad y la esperanza que en nuevo recorrido que hagamos por la Bolívar, o quizás en otro artículo referido a la misma, la denominemos de manera diferente. Como elemento competitivo dentro de la actividad comercial, la repotenciación y/o recuperación de viejas edificaciones están a la orden del día; tal es el caso de la solariega casona de la Hacienda Santa Bárbara que constituye el epicentro de un centro comercial del mismo nombre en Bogotá; y en Miami Beach, fue remozado el Barrio Deco en el South Beach, en el cual se desarrolla una exitosa actividad comercial en franca competencia con los Malls.

                Esta situación también priva en los centros comerciales, donde los comerciantes deben ceñirse a las normas y códigos establecidos por los condominios. Basta un paseo por el Sambil y Lido de Caracas para corroborarlo.

                Pero sin ir muy lejos, aquí mismo en Carora, y para ser más precisos, en la misma calle Bolívar, existen testigos que han desafiado los embates del tiempo, logrando mantenerse en viejas casonas: ellos son, para citar dos casos, Almacenes Unidos y El Gallo, gerenciados por Bernardita Silva y Tincito Gutiérrez. 

                A ellos se les han sumado nuevos comerciantes emprendedores, que han ubicado sus puntos de venta de granizados en edificios tradicionales, remozados y ajustados a los nuevos tiempos, y unido al éxito económico que los acompaña, han logrado la recuperación del hermoso portal de la Casa Barrios y el Comedor Popular, respectivamente; además en un intento de rescatar la Bolívar y su entorno, la UCLA asentó sus bases administrativas en la Casa Chío.

                Las experiencias anotadas – en especial las nuestras – constituyen un estímulo y ejemplo para el gobierno regional y local, quienes en concurso con diferentes sectores de la sociedad civil son responsables en velar por la preservación y reproducción del tejido urbano de la ciudad a través de la promulgación y/o revisión de la normativa jurídica necesaria y proveerla de los instrumentos idóneos requeridos para tales fines.

                En tal sentido debemos puntualizar que la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural en su artículo 6 es bastante explícita cuando apunta que aquellos bienes inmuebles de cualquier época que posean un valor histórico, artístico, social o antropológico y, pese a no ser declarados como patrimonio nacional, deben erigirse en bienes culturales significativos para la memoria e identidad de nuestro patrimonio.

Entonces, ¿por qué no conservar la edificación Art Deco que dio, posada al cine Salamanca?  En este caso y otros las intervenciones no deben estar reñidas con los requerimientos y necesidades de Carora en vísperas del siglo XXI y convertirlos en espacios productivos que permitan, por un lado, deslastrar al Estado de tal responsabilidad; y por la otra, la rentabilidad a obtener permitirá su mantenimiento y perpetuidad.

                Finalmente debemos hacer la salvedad que las intervenciones oficiales deben ser paulatinas, sin medidas represivas y orientadas a estimular y capacitar a los comerciantes en el logro de una actividad más rentable y competitiva, y, por supuesto, en armonía y equilibrio con el resto de la ciudad.    

 

NOTA:

Artículo publicado en El Diario de Carora.  Pág. 6 y 7. 19 de septiembre de 1998.

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