A 50 AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE LA ZONA COLONIAL DE CARORA

A 50 AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE LA ZONA COLONIAL DE CARORA

POR: EDGAR RAMIREZ TÚA.
SOCIÓLOGO / URBANISTA



Una de las imágenes que se quedaron grabadas en mi memoria para siempre, fueron publicadas por un periódico de circulación nacional el día 15 de noviembre de 1973.

En horas vespertinas, sentado en el cafetín de la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Venezuela, leí con asombro “Carora bajo las aguas”. Acompañaba el texto una fotografía de la entidad bancaria apostada en la calle Bolívar, esquina Comercio, sumergida en las aguas del Río Morere.

La confusión y la falta de información adicional, magnificó mi temor ante la posibilidad de que la casa materna ubicada en la calle Ramón Pompilio Oropeza en el barrio Torrellas, hubiese sido impactada de igual manera.

Hoy, a 50 años de esta tragedia, nuevas imágenes de la Zona Colonial, se han sumado al álbum fotográfico de mi memoria, pero muchas de ellas aparecen sumergidas en la indolencia, abandono y desesperanza.

Los invito pues, a un recorrido por la misma para constatar su situación actual, y lo más importante, reflexionar y aunar esfuerzos para seguir transitando el camino que conduzca al logro de la declaratoria de la Zona Colonial de Carora, como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO. La creación de una autoridad única conformada por profesionales especialistas en esta área, sería uno de sus garantes.

Durante las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo XX, la intervención de Estado en materia de equipamiento urbano, fue avalada por la concepción modernizante expresada en la construcción de obras en serie, muchas monumentales, bajo patrones estandarizados utilizando materiales industriales. Todos los proyectos estaban insertos en planes de desarrollo nacional.

Caracas fue ejemplo mundial de esta política. Obras como el Centro Simón Bolívar, la Ciudad Universitaria, los súper-bloques y la vialidad urbana lo constatan.

Ciudades con un legado colonial importante, sucumbieron a esta modalidad. Tal es el caso de El Tocuyo, la cual, a raíz del terremoto de 1950, su patrimonio arquitectónico, fue demolido casi en su totalidad y en su lugar, se levantaron edificaciones modernas, públicas y privadas.

Maracaibo tampoco escapó de las garras del buldozer, en la primera etapa del proceso de renovación urbana, iniciado en los años 60. Una parte de El Saladillo, cedió espacio al Paseo Ciencias.

El impacto de ese proceso, fue mínimo en Carora. Las principales obras fueron ejecutadas por el sector privado. En la Zona Colonial observamos algunos acentos notorios; en especial alrededor de la Plaza Bolívar, mientras que, en la parte alta de la ciudad, debido a su crecimiento en esa dirección las obras fueron fundamentalmente de uso residencial y su modelo fue la casa quinta.

Sin embargo, no debemos olvidar el guiño modernista observado en las viviendas tradicionales, en las cuales el piso de ladrillo fue sustituido por cemento, mosaico, granito vaciado o baldosas. Los espacios de la cocina y baño, fueron revestidos de porcelana y emerge la figura del closet.

En el año 1973 se abre un paréntesis en el caso de Carora, pues, ante los estragos causados por el desbordamiento del rio Morere, aludido ya, se le plantea al Estado venezolano, la imperiosa necesidad de una intervención compulsiva. Una de las agencias públicas más comprometidas fue el Instituto Nacional de la Vivienda (INAVI).

Gracias a la alianza concertada entre miembros de la sociedad civil y política, se logró, entre otras cosas: rescatar, mejorar, y/o reproducir el patrimonio arquitectónico de la Zona Colonial por ser la más afectada por la inundación. La Plaza Bolívar se incluyó en este paquete.

Mientras que muchos de los damnificados del sector El Yabal, fueron reubicados por el INAVI en las urbanizaciones El Roble, Francisco Torres y la calle ancha de Carorita.

Una de las actividades más golpeadas por la tragedia fue la comercial, la cual se asentaba en grandes locales, principalmente en el eje conformado por las calles Bolívar, Falcón, Torres y Comercio.

Su dinamismo lo imprimía la demanda del sector agropecuario y el comercio minorista local y del resto del distrito.

La recuperación de muchos establecimientos no se logró y empezaron a sucumbir ante el poco apoyo oficial, el saqueo desmedido de sus instalaciones y mercancías en manos del hampa común y, finalmente, por la competencia de Barquisimeto. La inauguración de la nueva vía en 1976 que conecta a Carora con la capital del estado, favoreció enormemente el intercambio comercial.

La misma suerte corrieron muchas tiendas manejadas por “musiuos” y criollos ubicados en la calle Bolívar entre calles San Juan y Monagas. Pocas continuaron abiertas al público, en especial aquellas que cumplían doble propósito, residencial y comercial como Almacenes Unidos, Tienda El Gallo y la Canastilla Marina. Esta última cedió su paso al Colegio Libertador en 1979.

Tal como lo señalamos en párrafos anteriores, unos de los mayores esfuerzos se centraron en recuperar la planta física de las viviendas. A los daños causados por la inundación, se le sumaron el saqueo desmedido de las mismas, pues gracias a la mudanza temporal de sus propietarios quedaron, a merced del hampa. Se desmantelaron puertas, ventanas, celosías, anexándole al botín, artículos eléctricos y mobiliario.

La respuesta oficial se enfocó en otorgar créditos blandos con los cuales se lograron las mejoras requeridas para su habitabilidad y/o se construyeron nuevas.

Debemos apuntar que la bonanza de la “Venezuela Saudita” infló los niveles de ingresos, permitiéndoles a los vecinos comprar corotos nuevos adquiridos en su mayoría, en el Taller de Carpintería de Peyo Pernalete y en la Agencia González, surtida de mercancía procedente de Ureña y de Cúcuta.

Este panorama comienza a cambiar a finales de los años 90 y se agudiza progresivamente hasta llegar a nuestros días.

Hoy día, la mayoría de los frentes de las viviendas, lucen desteñidos presentando franco deterioro en sus frisos, puertas y ventanas. Más allá del zaguán, este cuadro continúa repitiéndose y la luz y el colorido del patio central y el solar proporcionado por las plantas se viene apagando y marchitando por la falta de agua.

También suma a este panorama, aunque en menor grado, la falta de materiales artesanales y/o la escasez de mano de mano de obra. Debe agregarse, por otro lado, causales como el envejecimiento o la muerte de un porcentaje de la población y/o la crisis del sector agropecuario, ancla básica del grupo familiar.

Otro no menos importante factor, es el nulo mantenimiento de la red de cloacas, lo cual, por un lado, eleva los niveles de humedad y salinidad en las viviendas acelerando su deterioro y, por el otro, la contaminación de las aguas blancas, destinadas al consumo doméstico las cuales son servidas de manera irregular por Hidrolara, muchas de las veces con mal olor y/o mezcladas con las aguas negras.

Este apremio ante la necesidad de satisfacer su demanda, obliga a los vecinos a destinar un porcentaje del “tuchito” sobrante después de hacer el abasto, el pago de los cisterneros y al llenado de botellones.

En la primera década de este siglo el gobierno nacional a través de la Misión Vivienda construyó 26 unidades habitacionales en la calle Torres entre San Juan y Ramón Pompilio Oropeza, las cuales han corrido con la misma suerte, pues reproducen los mismos problemas antes apuntados.

Las únicas mejoras realizadas se remiten a la construcción de una enramada, compra de aire acondicionado y contenedores de agua con su respectiva bomba.

En algunas de ellas se observa la reducción del grupo familiar o en venta, lo cual presupone que han pasado a engrosar la larguísima cola de migrantes.

Antes de concluir lo concerniente al tema de la vivienda, debemos destacar el rescate y mantenimiento de algunas de ellas por familiares tradicionalmente asentados en la Zona Colonial y el empeño por otros en apostar al potencial turístico que ofrece la misma a través de emprendimientos como posadas, sin dejar de nombrar el arduo trabajo desplegado en la casona que ocupa el Club Torres.

En estas 5 décadas, se ha potenciado progresivamente la actividad educativa en la Zona Colonial. Existen diferentes centros en los cuales se imparte enseñanza desde el nivel de preescolar hasta el superior. A estos se agrega los dedicados a la enseñanza musical en diferentes disciplinas.

Los alumnos y el personal dedicado a la enseñanza, constituyen una población flotante que hacen vida en los respectivos centros educativos y alrededor de la Plaza Bolívar, imprimiéndole al sector dinamismo y movimiento contribuyendo así a elevar los niveles de seguridad.


A estos se le adicionan otros actores ubicados en tres grupos:

El primero está conformado por una población mayormente adulta la cual asiste a la plaza diariamente. La misma se ha constituido en el epicentro de los más diversos debates. También dentro del cuadrante de la Plaza Bolívar, para los habitantes de la Otra Banda, específicamente la esquina de la calle Bolívar con San Juan funciona como terminal de pasajeros.

Por último, visitantes con un perfil muy heterogéneo tales como quienes asisten a los actos religiosos de la Catedral, a realizar gestiones en el Seguro Social, el Registro Subalterno o en la Biblioteca Riera Aguinagalde. A ellos se les agregan los deportistas, grupos familiares con miembros infantiles, las consabidas parejitas y quienes aprovechas las instalaciones del Wifi en sus alrededores. Y nos sorprende muchas veces grupos realizando sesiones de fotos y videos, quienes utilizan como telón de fondo la Plaza Bolívar y casonas del área.

Pese a la afluencia de tales visitantes, incluyendo los vecinos, la Plaza Bolívar y sus alrededores, no ofrecen las mejores condiciones para hacer la estancia más grata, placentera y segura.

Retrocediendo en el tiempo, debemos decir, que su paisajismo es de herencia italiana y presenta cuadrantes alineados con palmeras de gran altura, conocidas por los caroreños como maporas. En sus alrededores se plantaron árboles de larga vida y generosa sombra como ceibas, acacias y algunos frutales como el almendrón.

El espacio de la plaza fue intervenido posteriormente a la inundación. El piso de mosaico fue sustituido por ladrillos artesanales y los postes, faroles y bancos fueron elaborados por artesanos locales.

Algunos árboles fueron reemplazados por especies procedentes de la India como el Árbol Sagrado y el Nin, sin olvidarnos del Evergreen.

Hasta la fecha, muchos de los plantados no son recomendados para espacios como plazas, a pesar de sus bondades ya señaladas. Esto en razón a que sus raíces son poco profundas, de gran grosor y se extienden horizontalmente causando estragos en los canales de circulación interna, brocales y aceras.

Además, muchos de ellos son muy invasivos, tal como la palmera sembrada en la Catedral, esquina calle Lara. Esta bloquea tanto a propios como a extraños, la espectacular vista panorámica de su techo entejado.

La acumulación de basura es bastante notoria. La poca frecuencia del recorrido de las unidades de IMAUTO y la utilización de sus espacios como vertedero de desechos sólidos, especialmente en la esquina de la calle Lara con Comercio, es un problema que tiende a agravarse a pesar de los esfuerzos del grupo Cantón Carora.


Finalmente, debemos acotar que el mobiliario urbano está bastante deteriorado, en especial los bancos y postes de luz; no existen baños públicos y debe evitarse que los alrededores de la plaza se conviertan en un estacionamiento público, poniendo en peligro la seguridad de los visitantes y transeúntes.

La recuperación de la vialidad urbana y las aceras también fueron incluidas en la reconstrucción de la Zona Colonial.

La vía púbica fue recubierta con adoquines, pero poco a poco han ido desapareciendo o se encuentran en estado de deterioro. El impacto del tráfico pesado, las obras inconclusas de las empresas hidrológicas y el trabajo de los vecinos en su afán de obtener agua, se anotan entre sus causales. Observamos espacios rellenos der arena ya que los adoquines son arrumados en las orillas de la vía, o en las aceras, y a muchos se les ha asignado usos en otros sectores de la ciudad.

En las aceras los ladrillos han sucumbido el paso del tiempo, observamos la sustitución por nuevas tablillas o remiendos de diferentes materiales, semejando una “colcha loca de retazos” como dicen los caroreños.

El cableado eléctrico subterráneo se anota entre otros de los logros enmarcados en las obras posteriores a la inundación, pero ante su deterioro o falta de mantenimiento, se dificulta el trabajo de conexión o reparación por parte de las empresas responsables de telefonía y televisión por cable. En palabras de Teresita Riera, la maraña de cables semeja un plato de espaguetis.

Durante este medio siglo los templos ubicados en la Zona Colonial han sido objetos de remodelaciones y/o mejoras. Pero actualmente solo las puertas de la Catedral permanecen abiertas. Los ritos regulares y los que marcan el calendario de festividades religiosas siguen convocando a los feligreses.

La capilla El Calvario, las abre ocasionalmente, lo cual propicia la cría y acecho de animales y alimañas que permanentemente deterioran esta joya arquitectónica de Barroco Hispanoamericano.

Ambos templos, han sido incorporados al circuito turístico de la zona, pero pese al potencial que ofrecen, no poseen horario de visitas guiadas, ni material de apoyo que registre su valor histórico y arquitectónico.

Y en horas nocturnas, sucumben ante las tinieblas, ocultando su sencilla belleza.

Una vez presentadas las condiciones generales de la Zona Colonial, debemos voltear la mirada hacia un lote de edificaciones y terrenos que en su momento cumplieron diferentes funciones.

Hoy lucen abandonadas y/o en ruinas, sumergidos en un rio de escombros y matorrales ante la indolencia de propietarios y autoridades convertidos en baños públicos y en guaridas de delincuentes e indigentes.

Ocasionalmente, gracias al aporte de vecinos y organizaciones civiles, se realizan acciones para solucionar los problemas de manera transitoria. También la irregularidad del servicio de IM AUTO y la reposición de bombillos o instalación de reflectores, debe ser enfrentado por sus moradores.

No debe colocarse el punto final al presente ensayo sin apuntar que el peligro de una nueva inundación sigue latente. El Dique ha venido fracturándose y erosionando por la falta de mantenimiento y los botes de basura y todo tipo de escombros dificultando el curso del drenaje de las aguas del Río Morere, en especial en épocas de lluvia. También los equipos de bombeo se encuentran inservibles o en pésimo estado, lo cual exige a los vecinos cuotas para su reparación.

Voceros de la sociedad civil siempre han advertido de tal riesgo y, según Tita Silva, se han asignado recursos financieros para solventar la situación. Pero se desconoce el paradero de los mismos y muchos de ellos han sido manejados por caroreños al frente de organismos públicos. Aquí cabe la pregunta: “¿Dónde están los reales?”.


edramireztua@gmail.com

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Diario El Informante: A 50 AÑOS DE LA INUNDACIÓN DE LA ZONA COLONIAL DE CARORA
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